Mi paso por proyecto hombre fue y es como una montaña rusa de emociones y sentimientos. De una forma u otra llevo un año y algunos meses vinculados a la familia que forman todos los que viven y sienten esta organización como su hogar.
A veces lloro cuando ellos lloran o rio cuando ellos lo hacen, entre otras muchas emociones, pero sin duda lo que más hago es aprender. Aprendo lo que un día ya aprendí supuestamente, pero que tantas veces olvido en el devenir y ajetreo de la vida. Hablo de la pasión por la vida, por exprimir segundos, por disfrutar de cada momento y tener presente que aunque a veces erremos hay oportunidad de aprender, reflexionar y redirigir el camino hacia dónde queremos ir realmente, y se puede, créanme que se puede.
Este párrafo lo compartí hace ya, pero bien es cierto que sigo sintiendo exactamente lo mismo que cuando era voluntaria, es más, quizás ahora incluso lo pronunciaría con más firmeza. “La mayoría de las veces siento que más que ayudar me ayudan. Me ayudan a crecer como persona, a valorar lo bueno que tengo, a aceptar lo que no puedo cambiar y a tratar de mejorar lo que aún está en mis manos. Para mí es un regalo que alguien sea capaz de abrirme su corazón y su vida como si me conociera desde siempre, pensando que de alguna forma yo le puedo ayudar. Lo que no sabe, es que en el fondo es algo mutuo. Lo que quizás no sabe es que por ese instante compartido yo vivo su historia, y siento su dolor o su alegría, y eso me hace apreciar el valor real de la vida, vivir. Algo tan sencillo que muchas veces se olvida en el camino”.